Bajo ninguna circunstancia los cristianos comprometidos podemos permitir, ni en Colombia ni en ningún otro país, el abuso contra la niñez...

Por Fernando Alexis Jiménez| @OraciondePoder
El país se encuentra dividido. Un fraccionamiento entre quienes creen que Jesús Santrich debe ser extraditado a Norteamérica y los que consideran que debe ser juzgado y de ser condenado, pagar su deuda social en Colombia. Una polarización entre aquellos que desean volver trizas la Jurisdicción Especial para la Paz–JEP– y quienes dicen que prefieren a los guerrilleros haciendo política, que resentidos por el incumplimiento gubernamental, de nuevo en el monte. Un enfrentamiento entre los que consideran que el gobierno de Duque no experimenta avances significativos y otros que ven su administración como la continuidad de Uribe.
Estos son los escenarios en los que millares de colombianos se encuentran enfrascados. Y gracias a esa miopía frente a lo importante, restaron importancia a una situación grave que puso en evidencia el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.
De acuerdo con la entidad, durante los primeros tres meses del año se presentaron unos 168 casos de violencia sexual contra menores de edad. Pero si se suman hechos como violencia intrafamiliar, la cifra se triplica. Grave. Y padres y madres ocupados en otros asuntos. Los más afectados son menores entre 10 y 14 años.
Entre enero y noviembre de 2018 se registraron en el país un total de 21.515 casos de abuso sexual de menores de edad en el país. Este preocupante informe de los peritos de Medicina Legal se conoce en momentos en que el país no sale de su asombro y repudio por el abuso sexual y asesinato de una menor de 12 años de edad, ocurrido en Barranca de Upía, en el departamento del Meta.
Usted y yo no podemos ser ajenos ni indiferentes a esta realidad. Y más cuando recordamos las palabras del Salvador:
“Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.” (Mateo 19:14| RV 60)
Y en otra ocasión de su ministerio, leemos:
“Y el que recibe en mi nombre a un niño como éste, me recibe a mí. Pero si alguien hace pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una gran piedra de molino y lo hundieran en lo profundo del mar. ¡Ay del mundo por las cosas que hacen pecar a la gente! Inevitable es que sucedan, pero ¡ay del que hace pecar a los demás!” (Mateo 18:5–7| RV 60)
Permitir que se abuse de nuestros niños ¡Jamás! Ese sí debe ser motivo de una campaña, de actividades que toquen las fibras más sensibles de la opinión. Lo importante no debe ser reemplazado por lo actual, y en este caso, las cifras que hablan por sí solas, deben inquietarnos y llevarnos a dimensionarlas en su verdadera proporción.