octubre 2019

Con ayuda de Dios encontramos la salida a los momentos de crisis en los que queremos renunciar a la vida cristiana. 

El apóstol Pablo reconocía su debilidad, y dice, sólo así se le podía dar la gloria a Dios. Sobre esa base, ningún problema lo detenía. Su actitud marcaba la diferencia.


¿Cuántas veces ha sentido que está a punto de desfallecer? Posiblemente muchas. Quiso renunciar a su vida cristiana, al compromiso de moverse alrededor de principios y valores, a la necesidad de enseñar a partir del ejemplo más que por las palabras. Esos días las hemos vivido todos. Crisis que han tocado a nuestra puerta.
Debemos estar preparados porque situaciones complejas, que amenazan nuestro caminar como creyentes, es probable que se presenten pronto o, tal vez, usted las está viviendo hoy. Es en ese momento cuando debemos saber qué hacer.
MITOS QUE DEBEN CAER
A través de esos desiertos, lo primero que debemos hacer es derrumbar al menos cinco mitos que se han tejido en torno a ser cristiano:
  • Cuando nos convertimos a Cristo, nos libramos de todos los problemas. Nada nos exime de enfrentar dificultades, muchas de las cuales provienen del enemigo para ponernos tropiezos.
  • La Biblia tiene una respuesta para todos nuestras preguntas y periodos de crisis. Tampoco es acertado. Cuando en la Escritura no encontramos la respuesta exacta a nuestras inquietudes, es a la oración intensa y la dependencia de Dios en la que debemos ocupar. Confiar en su guianza.
  • Si alguien tiene problemas, no es un buen cristiano. Erróneo. Todos los creyentes en el Señor Jesús hemos y quizá, aún hoy, enfrentado situaciones difíciles.
  • Siempre sabremos la meta a la que debemos llegar. No es así. Como el pueblo de Israel cuando Dios lo sacó de Egipto, Él nos va mostrando cada jornada un día a la vez.
Las ideas equivocadas deben caer porque, de lo contrario, van a llevarnos a la frustración porque nos venden una idea tergiversada y casi que exigen el que seamos perfectos.
FORTALEZA PARA AVANZAR
Cuando pensamos en las crisis y cómo sobreponernos a ellas, lo más apropiado es ir a la Palabra. Y, particularmente, el apóstol Pablo  nos ofrece una respuesta que debemos considerar:
“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.”(2 Corintios 4:7-11 | RV 60)
Este pasaje es poderoso. Nos muestra una ruta que podemos definir de manera sencilla.
Comienza con la fortaleza que viene de Dios cuando nos acogemos a Él. De la mano con esa fortaleza, se encuentra nuestra actitud, que no debe ser derrotista sino de fe, confiando siempre en Aquél que nos creó y nos asegura la victoria, cualquiera sea la circunstancia. Y, en tercer lugar, la certeza de que Él nos ayuda a avanzar para encontrar la salida al laberinto. No hay problema, por grande que parezca, que no podamos superar.
Observe cuidadosamente que el apóstol Pablo no se creía superior ni con la capacidad de sobreponerse a los tropiezos. No. Él reconocía sus limitaciones y sólo así, escribe, se le podía dar la gloria a Dios. Sobre esa base, ningún problema lo detenía. Su actitud marcaba la diferencia. Sabía que, en cualquier momento, los obstáculos podían salir al paso y había que enfrentarlos.

Cuando dependemos de Dios, encontramos fortaleza para avanzar en medio de las circunstancias adversas.


CAMINANDO HACIA LA MADUREZ
Cuando hay tropiezos, muchos se dan por vencidos fácilmente. Sencillamente, renuncian o vuelven atrás.
Contrario a lo que puede ser nuestra primera inclinación frente a las adversidades, Dios espera que maduremos, que experimentemos un proceso de cambio y crecimiento continuos.
En su carta a los Hebreos, el autor lo deja escrito así:
“Acerca de esto tenemos mucho que decir, y difícil de explicar, por cuanto os habéis hecho tardos para oír. Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido.  Y todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.”(Hebreos 5:11-14| RV 60)
Muchos cristianos se encuentran en esa situación. Van a la iglesia, aportan para la obra, memorizan versículos bíblicos e, incluso, extensos pasajes y escuchan coros, pero siguen igual. Viven bajo el viejo hombre.
Evidencias de madurez cristiana
Quizá se pregunte: ¿Cómo puedo yo comprobar que estoy experimentando madurez en mi vida cristiana? La respuesta puede ser muy extensa, pero permítanos citar algunas características:
  • Renunciar al pecado.
  • Renunciar a vivir atados al pasado.
  • Llevar a la práctica lo que aprendemos en la Palabra de Dios.
  • Asumir nuevos principios y valores tomados de la Palabra.
  • Amar y perdonar, como principios rectores de nuestro comportamiento cotidiano.
  • Depender de Dios en todas las circunstancias, incluyendo los períodos de tentación.
En Dios encontramos la guía y la fortaleza para enfrentar todas las situaciones adversas que nos acosan, pero, además, damos pasos firmes para cambiar y crecer cada día. Madurez. Aquello que Él anhela para que asumamos la tarea de formar a otros.
Todos los problemas tienen solución en nuestro amado Padre y Creador. La decisión de caminar tomados de Su mano, es solo suya.
Si aún no ha recibido a Jesucristo como su único y suficiente Salvador, es hora de que lo haga. Ábrale las puertas de su corazón y experimente cambios a nivel personal, espiritual y familiar.
Mensaje tomado del portal www.selecciondeestudiosbiblicos.org

Compartimos con ustedes valiosos principios que le ayudarán en el proceso de edificar una familia sólida.
Mantener la unidad la unidad de la familia no es opcional sino un imperativo. Y ni usted ni yo podemos desestimar la enorme responsabilidad que nos asiste, si queremos movernos en la voluntad de Dios en lo que respecta a nuestros deberes en lo personal, familiar y eclesial.
Cuando vamos a la Biblia, encontramos la siguiente recomendación del apóstol Pablo:
“Les suplico, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos vivan en armonía y que no haya divisiones entre ustedes, sino que se mantengan unidos en un mismo pensar y en un mismo propósito.” (1 Corintios 1:10 | NVI)
Porque el distintivo de un cristiano comprometido es procurar que ese clima de armonía y entendimiento prevalezca, compartimos con usted los siguientes consejos:
1.- Procure compartir los alimentos en familia.
2.- Interésese por “cómo le fue en el día a su cónyuge e hijos“.
3.- Haga un esfuerzo y revise los deberes escolares de sus hijos y, si algo no anda bien, ayúdeles.
4.- Saque tiempo para compartir esparcimiento y juego con sus hijos. Los cónyuges deberían involucrarse. Es lo más recomendable.
5.- Elimine la televisión cuando estén hablando, a menos que hayan optado por verse una película juntos.
6.- Salir de compras con los hijos o ir a comer un helado, rinde muy buenos resultados.
7.- Haga de la oración por su familia, un hábito. El más importante, por cierto.
Dios es quien nos asegura la unidad familiar.
Dios es quien nos asegura la unidad familiar.
Piense que su familia es muy importante. Hay que desarrollar, hacia cada uno de sus componentes, amor, pero también dos ingredientes más: comprensión y tolerancia.
Jesucristo debe gobernar y ocupar el primer lugar en nuestra vida familiar. Nos asegura unidad y permanencia. Ábrale las puertas de su vida personal y familiar a Jesús el Señor.
© Fernando Alexis Jiménez – Misión Edificando Familias Sólidas (Colombia)

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