Los problemas conyugales son previsibles; sin embargo, con ayuda de Dios podemos superarlos. Hay una salida a la crisis. |
Todo matrimonio enfrenta crisis. Hay múltiples factores. Es importante conoce los niveles de conflicto. Dios nos guía a encontrar soluciones a los problemas.”
Por Fernando Alexis Jiménez (*)
¿Por qué la relación
matrimonial entra en crisis? Quizá se lo ha preguntado alguna vez. Pareciera
que los tropiezos que desembocan en un estancamiento o revés, anticipo de una
separación, son algo inevitable. Al menos en esa apreciación coinciden
infinidad de parejas.
Mientras que el primer año es
crucial para darle solidez a una relación conyugal, las señales de alarma deben
encenderse desde que concluye la luna de miel hasta los primeros siete años de
vida juntos.
La razón es muy sencilla:
Cuando termina la fiesta de bodas y se van juntos a celebrar la unión—
generalmente en un viaje —, todo retorna a la calma y aterrizan, en ocasiones,
en una terrible realidad. Descubren las diferencias de uno y otro, distintivos particulares
que generalmente no afloran en el noviazgo.
Los niveles de deterioro matrimonial
Entre el primer y séptimo año
los cónyuges aprenden a acoplarse. En el intermedio, es decir en cualquier
momento de los siete años, es probable que se produzcan crisis que— si no saben
manejar adecuadamente— pueden traer como consecuencia un enfriamiento de la
relación y hasta el divorcio.
Conocerse uno al otro lleva al
deterioro o al afianzamiento del amor, como sentimiento pero también como
disposición y actitud. Tres elementos fundamentales. Lo que sentimos, la
disposición que ponemos para expresar ese sentimiento y la actitud que asumimos
cuando las cosas no van bien como esperamos.
En ese tránsito junto uno de
los mayores errores es esperar que nuestra pareja nos brinde felicidad. Es una
actitud egoísta. Olvidamos que tenemos el compromiso de asumir el dar, el
contribuir a que nuestro cónyuge sea feliz.
Encontrando una pauta bíblica
Dirigiéndose a los creyentes
de Éfeso, el apóstol Pablo, dijo: “Y he sido un ejemplo constante de cómo
pueden ayudar con trabajo y esfuerzo a los que están en necesidad. Deben
recordar las palabras del Señor Jesús: “Hay más
bendición en dar que en recibir”. (Hechos 20:35. NTV)
Sería maravilloso que en
nuestra relación conyugal nos repitiéramos una y otra vez: “Hay más bendición
en dar que en recibir”
Si nos disponemos a amar antes
que a esperar que nuestro esposo o esposa den lo mejor de sí mismos,
contribuiremos a enriquecer la relación matrimonial. Sin duda no solo pasaremos
la etapa difícil del primer año sino que llegaremos al séptimo, que es un
escalón de triunfo; ese triunfo, por supuesto, es posible cuando ponemos de
nuestra parte y le concedemos a Dios el primer lugar.
El matrimonio, un viaje maravilloso
El matrimonio es un viaje que
podríamos calificar de maravilloso o frustrante. Todo depende del cristal con
el que lo miremos.
Disfrutar ese transitar juntos
es posible cuando aprendemos a conocer a la otra persona, la aceptamos con sus
fallas, pero al mismo tiempo, nos disponemos a cambiar. Es un ingrediente
importante para que la vida conyugal sea gratificante y enriquecedora.
También reviste importancia
desarrollar habilidades no solo para manejar las discrepancias y peleas, sino
también para ajustar expectativas de la convivencia.
Pero lo más importante, por
supuesto, es que Dios gobierne nuestra familia. Él trae transformación y
crecimiento. El primer paso para que ocurra, es abrirle las puertas de nuestro
corazón. Es una decisión de la que jamás nos arrepentiremos. Ábrale su corazón
a Jesús el Señor.
* Fernando Alexis Jiménez es
Director del Portal cristiano www.MensajerodelaPalabra.Com
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