Sus decisiones de hoy determinan el éxito o el fracaso del mañana |
Fernando
Alexis Jiménez
Nuestras
decisiones determinan la victoria o el fracaso. Es un principio que aplica a
nuestra vida personal como espiritual.
Recuerdo
la historia de una joven con cuatro meses de embarazo. Estaba arrepentida de su
situación. “No puedo hacer nada porque abortar sería ir contra los
principios que he aprendido desde niña”, explicó.
Cursaba
tercer semestre de ingeniería civil en la universidad. De lo que se arrepentía
Marcela era de la decisión que tomó al ceder a un deseo—natural—pero de la
carne al fin, y que concluyó con una noche de pasión y el hijo que venía en
camino.
“Si
tan solo hubiese pensado antes de actuar—se lamentó--, ahora no
estaría en esta situación”.
Alrededor
de la cruz de Cristo nuestro amado Salvador, hay cuatro escenas que comparto
con usted, porque arrojan principios que son esenciales en la meta de seguir el
camino apropiado al decidir algo. En todo momento, y es el primer consejo que
le doy, es clave que usted pida la dirección a Dios (Cf. Salmo 37:5)
1.
La decisión de arrepentirse y emprender el cambio
El
problema no está en fallar porque todos los seres humanos de una u otra manera
erramos. El meollo del asunto está en no arrepentirnos y seguir por el mismo
sendero de equivocación.
Veamos
el primer caso, el del impulsivo apóstol Pedro. Siguió al Señor Jesús en el
camino al juicio. “Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en
el patio, y una criada se le acercó. —Tú también estabas con Jesús de Galilea
—le dijo. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: —No sé de qué estás
hablando. Luego salió a la puerta, donde otra criada lo vio y dijo a los que
estaban allí: —Éste estaba con Jesús de Nazaret. Él lo volvió a negar,
jurándoles: — ¡A ese hombre ni lo conozco! Poco después se acercaron a
Pedro los que estaban allí y le dijeron: —Seguro que eres uno de ellos; se te
nota por tu acento. Y comenzó a echarse maldiciones, y les juró: — ¡A ese
hombre ni lo conozco! En ese instante cantó un gallo. Entonces Pedro se acordó
de lo que Jesús había dicho: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres
veces.»”(Mateo 26:69-75 a. Nueva Versión Internacional)
La
primera decisión, fue desacertada. Negó a su maestro. Muy similar a lo que pudo
ocurrirnos alguna vez o quizá en el momento en que está leyendo este mensaje.
Ha fallado. Pero a algo malo, puede seguir algo positivo, si se arrepiente,
reconoce su error y se decide por el cambio.
Después
de errar, Pedro se arrepintió. Identificó que había cometido un error al
traicionar a Su Señor, y reorientó su camino. La Biblia nos indica que Pedro: “Y
saliendo de allí, lloró amargamente.”(Mateo 26:75 b. Nueva Versión
Internacional)
¿Ha
fallado? Si reconoce su caída, cualquiera que sea, debe añadir algo más:
arrepentirse y cambiar. Sólo cuando damos estos dos pasos, todo comienza a ser
diferente, con ayuda de Dios.
2.
La decisión de renunciar a todo y darse por vencido
Una
joven esposa, Verónica, me escribió desde República Dominicana. Había decidido
separarse de su marido. “No lo soporto más. He intentado todo, pero nada
resulta.”, decía. ¿Sabe cuál fue mi respuesta? No renuncie. Siga dando la
batalla, pero no en sus fuerzas sino en oración, para recibir el poder de lo
alto.
Con
frecuencia y ante situaciones de crisis, optamos por echar todo por la borda.
No razonamos, simplemente nos dejamos arrastrar por las emociones. ¿A qué
conduce esta inclinación? Al fracaso.
Le
invito para que me acompañe a ver a Judas. Acaba de reconocer su error por
entregar al Señor Jesús. Está arrepentido. Y lo vemos ante el concilio de
ancianos en Jerusalén. Su rostro está desencajado. Sufre. Sus ojos revelan
angustia:
“Muy de mañana, todos los jefes de los sacerdotes y los
ancianos del pueblo tomaron la decisión de condenar a muerte a Jesús. Lo
ataron, se lo llevaron y se lo entregaron a Pilato, el gobernador. Cuando
Judas, el que lo había traicionado, vio que habían condenado a Jesús, sintió
remordimiento y devolvió las treinta monedas de plata a los jefes de los
sacerdotes y a los ancianos.—He pecado —les dijo— porque he entregado sangre
inocente.—¿Y eso a nosotros qué nos importa? —respondieron—. ¡Allá tú!. ”(Mateo
27:1-4. Nueva Versión Internacional)
La
decisión de arrepentirse fue apropiada, oportuna, la mejor. Sin embargo
acompañó su primer paso, con uno segundo que lo condujo a la perdición: “Entonces
Judas arrojó el dinero en el santuario y salió de allí. Luego fue y se
ahorcó.”(Mateo 27:5. Nueva Versión Internacional)
Las
circunstancias no pueden gobernarnos. Si estamos en medio de la crisis, quizá
presos de la desesperación, es fundamental que doblemos rodilla en oración
delante de nuestro amado Padre celestial. Los cristianos no renuncian porque
comprenden que renunciar es la palabra preferida de los
fracasados, y recuérdelo: usted y yo fuimos concebidos para vencer.
3.
La decisión de reconocer el error y aceptar el perdón de Dios
Pienso
en Ana Milena. Una mujer dinámica, entusiasta, con muchas ideas. Pese a ello
entra en constantes depresiones. ¿La razón? No habían transcurrido dos años
después de su matrimonio, cuando cayó en adulterio. Tenía entonces veintiséis
años y creyó que era la forma de vengarse de su marido, que caía en constantes
aventuras fuera del hogar. Pasados treinta y dos años, a pesar de ser una
cristiana fiel y consagrada a su hogar, no se había perdonado.
Lo
invito nuevamente a la escena del Señor Jesús en la cruz. Dos hombres están
junto a él sufriendo el martirio. “Uno de los criminales allí
colgados empezó a insultarlo: — ¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a
nosotros!”(Lucas 23:39. Nueva Versión Internacional)
Una
decisión errada, sin duda. Tuvo la oportunidad de haber alcanzado la eternidad
con Dios, pero la desechó. Se dejó arrastrar por las emociones, la incredulidad
y –en cierta medida—por la autosuficiencia.
No
obstante, el otro reo actuó diferente: “Pero el otro criminal lo
reprendió: — ¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena? En
nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros
delitos; éste, en cambio, no ha hecho nada malo. Luego dijo: —Jesús,
acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. —Te aseguro que hoy estarás conmigo
en el paraíso —le contestó Jesús. .”(Lucas 23.40-43. Nueva Versión
Internacional)
No
importa cuán malo haya sido este hombre: reconoció su error, pidió perdón a
Dios mismo quien en Jesús estaba compartiendo el sufrimiento por los pecados de
la humanidad, y aseguró la eternidad en Él. Recibir perdón de Dios y
perdonarnos a nosotros mismos. Dos pasos fundamentales que acompañan la
mentalidad de un triunfador.
4.
La decisión de rendirse a la voluntad de Dios
Cambiar
en nuestras fuerzas no es posible, pero sí con el poder de Dios. Lo peor que
podemos hacer es resistirnos al obrar de Dios. Aceptarlo, por el contrario, es
un cimiento para el éxito y la realización personal y espiritual.
Han
transcurrido algunos meses desde la muerte, resurrección y ascensión del Señor
Jesús. Y vemos a Saulo de Tarso—posteriormente conocido como Pablo—camino
de una ciudad cercana para proseguir la persecución contra los cristianos:
“Mientras
tanto, Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del
Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas de extradición para
las sinagogas de Damasco. Tenía la intención de encontrar y llevarse presos a
Jerusalén a todos los que pertenecieran al Camino, fueran hombres o mujeres. En
el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una luz del cielo relampagueó de
repente a su alrededor. Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía: —
Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ” (Hechos 9:1-4. Nueva Versión
Internacional)
¿Está
cansado de una vida de fracaso que cada vez se torna más caótica? No siga
luchando contra Dios. Él tiene para usted y para mi, mis planes maravillosos.
Resta que nos rindamos a Él y le permitamos obrar poderosamente en nuestro ser.
La
mejor determinación en toda la vida de Saulo (Pablo) fue permitirle a Dios que
obrara en todo su ser: “— ¿Quién eres, Señor? —preguntó. —Yo soy Jesús, a quien
tú persigues —le contestó la voz—. Levántate y entra en la ciudad,
que allí se te dirá lo que tienes que hacer.”(Hechos 9:5, 6. Nueva Versión
Internacional)
Puedo
asegurarle que su vida puede ser diferente, si tan solo le da una oportunidad a
Dios. Él espera a la puerta y le llama, como dice el libro de Apocalipsis: “Mira
que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré,
y cenaré con él, y él conmigo.”(Apocalipsis 3.20)
No
puede dejar pasar la oportunidad de recibir hoy a Jesucristo en su corazón. Él
traerá cambios en su vida personal, espiritual y familiar.
Le
animamos a leer el Portal cristiano www.MensajerodelaPalabra.Com
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